Te habías
ido de vacaciones, unas vacaciones adelantadas. Cerrabás el tercer año antes de
tiempo por tus buenas calificaciones. Y River salía campeón como de costumbre,
al menos como de costumbre en aquellos años, solía ser casi una obviedad que
River saliera campeón una vez al año, al menos era así desde que empezaron los
campeonatos cortos (y desde que Passarella era el Dt). La habías seguido mucho
esa campaña del millo. Había vuelto Ramón Díaz, casi no tenías recuerdos de él.
Cuando se fue a Europa eras chico, que te podías acordar del pelado. No podías
creer lo que definía ese tipo. Una frialdad de puta madre al entrar al área.
Sólo el chileno Salas definía de esa forma, parecido, con esa zurda mágica,
como Romario pero de zurda. Y pensar que le decían pecho frío a Ramón en la
tribuna después de perder la final de la Supercopa con el Cruzeiro en Brasil.
Estamos en 1991. Vos en la secundaria, todavía creés que el milagro de llegar a
Primera es posible. Al menos estás en edad aún.
Lo más
trascendente de ese año en el fútbol argentino había sido la vuelta de Ramón.
También la Copa América de Chile es cierto, el equipo del Coco la rompió, los
bailó a todos. Parecía suficiente para ese año, ¿podía pasar algo más?
El año
anterior te habías probado en River. No pasó nada, no hiciste una goma la
verdad para que fuera diferente, fuiste con lo puesto y te pasaron por encima.
El 8 corría como si hubiera vivido toda su vida escapando de los tigres en la
selva africana. Ni una foto le pudiste sacar. Iba todos los tiros, cuatro
pulmones tenía. Pero seguramente en ese montoncito de ilusiones que corría en
las canchas auxiliares de River algún changuito la estaría rompiendo, no eras
vos claramente.
Te fuiste
de mini vacaciones decía. Con otro ñoño como vos que aprobaba todas las
materias. No eras tan ñoño como el otro pero si aprobabás todo en noviembre y
te podías ir de vacaciones en diciembre algo de ñoño tenías, no me lo niegues,
después desbarrancaste pero hasta ahí eras un alumno modelo.
Una
garompa la escapada a Pinamar, hasta te picaron crías de aguas vivas (y lo que
picaban) pero al menos te pudiste meter al mar, no como cuando lo conociste
algunos años antes. Fuiste en invierno, metiste las patas y saliste cagando. No
daba ni ahí.
Cuando te
fuiste River ya era el campeón. Fuiste a verlo con San Lorenzo en Vélez (aún no
existía el Nuevo Gasómetro) para verlo dar la vuelta invicto y perdió. Salió en
la fecha siguiente, en el Monumental, fuiste con tu viejo. Salieron campeones
antes de empezar el partido, un gol de Trotta de Estudiantes a Boca en La Plata
selló la suerte del campeonato. River perdió de local con el bicho, un Cagna de
peluca casi afro amargó la fiesta pero salieron campeones igual.
Volvías
de Pinamar y viste, al bajar del micro, un diario. River empató con Platense en
cancha del rojo y debutó un pibe nuevo. Ortega se llamaba.
Era flaquito,
chiquito, no valía dos mangos a la primera impresión. Lo empezaste a ver más
seguido al año siguiente. Lo vendían como un Jugadorazo, no te parecía tanto
todavía, la figura seguía siendo Ramón.
Lo
empezaste a querer más con el tiempo, una situación fortuita te lo hizo más
familiar. A un primito tuyo, chiquito, flaquito, de ojos oscuros, una vez en la
playa le dijeron que se parecía a Orteguita, lo conocían con el mote de
Orteguita en Santa Teresita. Podríamos decir que ahí lo empezaste a querer más
al burrito. Hoy, de vez en cuando, tirás paredes con tu Orteguita personal. Ese
también es un jugadorazo.
Lo viste
crecer al burrito, creciste con él, con sus gambetas, con sus enganches, con
sus goles. Vos ya no ibas a llegar. Pero estaba él, el burrito, tenías casi su
edad, en él depositaste todos tus sueños truncados, todo lo que vos habías
querido ser y no pudiste. Por eso también te identificaste tanto con él.
Lo viste
hacer cosas que nunca le habías visto hacer a nadie. Es el único que te hace cagar de la risa en una cancha te decía tu
viejo que todavía creía que vos podías llegar, lo creía él más que vos.
Los
primeros años eran todo disfrute, todo placer, Ortega nunca fallaba, como
River, nunca fallaban (salvo con Boca, malditos 90 que nos abrochaban más de lo
deseable). Y una tarde se recibió de crack, de ídolo, para vos y para todos los
hinchas de River. Fue en la Bombonera, hacía años que River no ganaba ahí,
desde el 86 si no me equivoco, los famosos goles de la pelota naranja de
Alonso. Ahí se ganó el pase al Mundial de Estados Unidos, el colorado
MacAllister todavía lo está buscando para sacarle la pelota. La rompió el burro
esa tarde. Para cortar la racha te habías ido sólo a escuchar el partido en tu
walkman a un bar. También te fuiste para poder fumar en paz mientras escuchabas
el partido, la cancha era el lugar donde podías fumar sin que nadie te jodiera.
Un partido sin fumar no es un partido.
Llegó la
10 de la Selección también, la que habías soñado para vos cuando lo viste al
Diego llorar en Italia 90. Pavada de fantasía tenías, no fue para vos, ni cerca
estuvo pero fue para él que para vos era casi lo mismo. Y ahí empezó otra
historia, empezaron las lágrimas, nunca lloraste tanto como el día después del
cabezazo a ese holandés botón. No lo podías creer. Estaba todo ahí, al alcance
de la mano, tan cerca y se fue todo en un segundo, en un instante de calentura,
en ese instante de potrero, el potrero que tanto le admiraste apareció cuando
no debía, jugó como siempre, como en Ledesma, como en River. Así de genuino,
así de doloroso fue. Lo masacraron. Pero él siguió, sin decir nada siguió.
Llegó el
momento del regreso de Europa, no pasó lo que todos creíamos que iba a pasar.
Simplemente no pasó, él quería jugar en River, ese era su lugar, ningún otro. Y
volvió. Y se volvió a ir, y cada ida nos lo hacía extrañar más, ya no era el
burrito aquel, el burrito adolescente, ya vos tampoco eras tan adolescente aunque
actuaras como si tal cosa. Vos tampoco eras el mismo, ¿cómo ibas a pretender
que él fuera el mismo? No lo era, claro que no.
Ariel
tampoco iba a llegar a lo que querías que llegue. Ya no. El tren se había
pasado. Pero estaba ahí, con sus locuras, con sus destellos, con sus miserias
en carne viva, como todos, como cualquiera, él hizo del hincha de River un
hincha distinto, nos preparó para lo que se venía, nos mostró que no había que
ser perfecto para ser ídolo, tampoco para ser hincha de un cuadro. Se lo quiere
y punto.
Y llegó
el final. Se bajó el telón, ya ni vos ni él son adolescentes, ya ni vos ni él
van a cumplir algunos sueños, ¿y?, ¿cuál es?, mientras tanto vivieron,
crecieron, se equivocaron, ¿no es la vida eso?
Se retiró
El último ídolo de River, ojalá haya otros, para vos no va a haber nunca uno
como él, porque él fue tu ídolo de los años en que uno tiene ídolos, héroes. Y
él fue uno de ellos. Tuviste otros, Alonso fue el de tu infancia, se fue impoluto,
se fue cuando aún podía. Privilegió su gloria personal, su mármol y está bien,
son decisiones, de chico te enorgullecías de eso. Ya no, algo creciste
evidentemente. Enzo fue otro héroe. Enzo en River siempre estaba allá arriba
pero fue un mix. Caía pero alcanzaba a levantarse antes de que suene la
campana, al menos en River era así, en Uruguay era otra historia. Enzo era Rocky
para vos. Siempre parecía que iba a caer pero se levantaba.
Ariel fue
distinto. Fue el que más quisiste. Fue por el que más sufriste. Fue el más
humano de los últimos ídolos de River. Fue el que le enseñó al hincha que los
ídolos caen, pierden, se equivocan. Ariel es uno mismo. Besa la lona posta. Se
levanta pero con las huellas de la caída en la piel, en la cara. Es el héroe
que mete los pies en el barro, el que se ensucia y por eso lo querés, porque no
teme perder, se levanta como está. Es el que te hace llorar. Al que querés como
es. No lo querés porque es perfecto. Sus caídas te hacen quererlo más todavía. Porque
en sus caídas te ves en el espejo, en ese reflejo te ves a vos mismo, la vida
no es una película de héroes que ganan siempre. Y así aprendés, de alguna
manera el Burrito también sos vos.
Te voy a
querer hasta el fin de nuestras vidas…