martes, 16 de julio de 2013

El Burrito

Te habías ido de vacaciones, unas vacaciones adelantadas. Cerrabás el tercer año antes de tiempo por tus buenas calificaciones. Y River salía campeón como de costumbre, al menos como de costumbre en aquellos años, solía ser casi una obviedad que River saliera campeón una vez al año, al menos era así desde que empezaron los campeonatos cortos (y desde que Passarella era el Dt). La habías seguido mucho esa campaña del millo. Había vuelto Ramón Díaz, casi no tenías recuerdos de él. Cuando se fue a Europa eras chico, que te podías acordar del pelado. No podías creer lo que definía ese tipo. Una frialdad de puta madre al entrar al área. Sólo el chileno Salas definía de esa forma, parecido, con esa zurda mágica, como Romario pero de zurda. Y pensar que le decían pecho frío a Ramón en la tribuna después de perder la final de la Supercopa con el Cruzeiro en Brasil. Estamos en 1991. Vos en la secundaria, todavía creés que el milagro de llegar a Primera es posible. Al menos estás en edad aún.

Lo más trascendente de ese año en el fútbol argentino había sido la vuelta de Ramón. También la Copa América de Chile es cierto, el equipo del Coco la rompió, los bailó a todos. Parecía suficiente para ese año, ¿podía pasar algo más?

El año anterior te habías probado en River. No pasó nada, no hiciste una goma la verdad para que fuera diferente, fuiste con lo puesto y te pasaron por encima. El 8 corría como si hubiera vivido toda su vida escapando de los tigres en la selva africana. Ni una foto le pudiste sacar. Iba todos los tiros, cuatro pulmones tenía. Pero seguramente en ese montoncito de ilusiones que corría en las canchas auxiliares de River algún changuito la estaría rompiendo, no eras vos claramente.

Te fuiste de mini vacaciones decía. Con otro ñoño como vos que aprobaba todas las materias. No eras tan ñoño como el otro pero si aprobabás todo en noviembre y te podías ir de vacaciones en diciembre algo de ñoño tenías, no me lo niegues, después desbarrancaste pero hasta ahí eras un alumno modelo.

Una garompa la escapada a Pinamar, hasta te picaron crías de aguas vivas (y lo que picaban) pero al menos te pudiste meter al mar, no como cuando lo conociste algunos años antes. Fuiste en invierno, metiste las patas y saliste cagando. No daba ni ahí.
Cuando te fuiste River ya era el campeón. Fuiste a verlo con San Lorenzo en Vélez (aún no existía el Nuevo Gasómetro) para verlo dar la vuelta invicto y perdió. Salió en la fecha siguiente, en el Monumental, fuiste con tu viejo. Salieron campeones antes de empezar el partido, un gol de Trotta de Estudiantes a Boca en La Plata selló la suerte del campeonato. River perdió de local con el bicho, un Cagna de peluca casi afro amargó la fiesta pero salieron campeones igual.

Volvías de Pinamar y viste, al bajar del micro, un diario. River empató con Platense en cancha del rojo y debutó un pibe nuevo. Ortega se llamaba.

Era flaquito, chiquito, no valía dos mangos a la primera impresión. Lo empezaste a ver más seguido al año siguiente. Lo vendían como un Jugadorazo, no te parecía tanto todavía, la figura seguía siendo Ramón.

Lo empezaste a querer más con el tiempo, una situación fortuita te lo hizo más familiar. A un primito tuyo, chiquito, flaquito, de ojos oscuros, una vez en la playa le dijeron que se parecía a Orteguita, lo conocían con el mote de Orteguita en Santa Teresita. Podríamos decir que ahí lo empezaste a querer más al burrito. Hoy, de vez en cuando, tirás paredes con tu Orteguita personal. Ese también es un jugadorazo.

Lo viste crecer al burrito, creciste con él, con sus gambetas, con sus enganches, con sus goles. Vos ya no ibas a llegar. Pero estaba él, el burrito, tenías casi su edad, en él depositaste todos tus sueños truncados, todo lo que vos habías querido ser y no pudiste. Por eso también te identificaste tanto con él.

Lo viste hacer cosas que nunca le habías visto hacer a nadie. Es el único que te hace cagar de la risa en una cancha te decía tu viejo que todavía creía que vos podías llegar, lo creía él más que vos.

Los primeros años eran todo disfrute, todo placer, Ortega nunca fallaba, como River, nunca fallaban (salvo con Boca, malditos 90 que nos abrochaban más de lo deseable). Y una tarde se recibió de crack, de ídolo, para vos y para todos los hinchas de River. Fue en la Bombonera, hacía años que River no ganaba ahí, desde el 86 si no me equivoco, los famosos goles de la pelota naranja de Alonso. Ahí se ganó el pase al Mundial de Estados Unidos, el colorado MacAllister todavía lo está buscando para sacarle la pelota. La rompió el burro esa tarde. Para cortar la racha te habías ido sólo a escuchar el partido en tu walkman a un bar. También te fuiste para poder fumar en paz mientras escuchabas el partido, la cancha era el lugar donde podías fumar sin que nadie te jodiera. Un partido sin fumar no es un partido.

Llegó la 10 de la Selección también, la que habías soñado para vos cuando lo viste al Diego llorar en Italia 90. Pavada de fantasía tenías, no fue para vos, ni cerca estuvo pero fue para él que para vos era casi lo mismo. Y ahí empezó otra historia, empezaron las lágrimas, nunca lloraste tanto como el día después del cabezazo a ese holandés botón. No lo podías creer. Estaba todo ahí, al alcance de la mano, tan cerca y se fue todo en un segundo, en un instante de calentura, en ese instante de potrero, el potrero que tanto le admiraste apareció cuando no debía, jugó como siempre, como en Ledesma, como en River. Así de genuino, así de doloroso fue. Lo masacraron. Pero él siguió, sin decir nada siguió.

Llegó el momento del regreso de Europa, no pasó lo que todos creíamos que iba a pasar. Simplemente no pasó, él quería jugar en River, ese era su lugar, ningún otro. Y volvió. Y se volvió a ir, y cada ida nos lo hacía extrañar más, ya no era el burrito aquel, el burrito adolescente, ya vos tampoco eras tan adolescente aunque actuaras como si tal cosa. Vos tampoco eras el mismo, ¿cómo ibas a pretender que él fuera el mismo? No lo era, claro que no.

Ariel tampoco iba a llegar a lo que querías que llegue. Ya no. El tren se había pasado. Pero estaba ahí, con sus locuras, con sus destellos, con sus miserias en carne viva, como todos, como cualquiera, él hizo del hincha de River un hincha distinto, nos preparó para lo que se venía, nos mostró que no había que ser perfecto para ser ídolo, tampoco para ser hincha de un cuadro. Se lo quiere y punto.

Y llegó el final. Se bajó el telón, ya ni vos ni él son adolescentes, ya ni vos ni él van a cumplir algunos sueños, ¿y?, ¿cuál es?, mientras tanto vivieron, crecieron, se equivocaron, ¿no es la vida eso?

Se retiró El último ídolo de River, ojalá haya otros, para vos no va a haber nunca uno como él, porque él fue tu ídolo de los años en que uno tiene ídolos, héroes. Y él fue uno de ellos. Tuviste otros, Alonso fue el de tu infancia, se fue impoluto, se fue cuando aún podía. Privilegió su gloria personal, su mármol y está bien, son decisiones, de chico te enorgullecías de eso. Ya no, algo creciste evidentemente. Enzo fue otro héroe. Enzo en River siempre estaba allá arriba pero fue un mix. Caía pero alcanzaba a levantarse antes de que suene la campana, al menos en River era así, en Uruguay era otra historia. Enzo era Rocky para vos. Siempre parecía que iba a caer pero se levantaba.

Ariel fue distinto. Fue el que más quisiste. Fue por el que más sufriste. Fue el más humano de los últimos ídolos de River. Fue el que le enseñó al hincha que los ídolos caen, pierden, se equivocan. Ariel es uno mismo. Besa la lona posta. Se levanta pero con las huellas de la caída en la piel, en la cara. Es el héroe que mete los pies en el barro, el que se ensucia y por eso lo querés, porque no teme perder, se levanta como está. Es el que te hace llorar. Al que querés como es. No lo querés porque es perfecto. Sus caídas te hacen quererlo más todavía. Porque en sus caídas te ves en el espejo, en ese reflejo te ves a vos mismo, la vida no es una película de héroes que ganan siempre. Y así aprendés, de alguna manera el Burrito también sos vos.


Te voy a querer hasta el fin de nuestras vidas…